Restaurant bien de barrio, en el que se saluda a los mozos con un beso o un apretón de manos y en el que ellos recuerdan los nombres de los clientes. La relación precio-calidad es muy destacable. Tal vez visto desde afuera, el lugar no es muy vistoso y no invita a entrar, por eso más de uno se sorprende al ver que siempre hay fila esperando por una mesa. El salón es chiquito y no muy lindo. En la vereda tiene un espacio techado y calefaccionado, que agrega un poco de lugar. Recomiendo hacer una reserva previa si no se quiere esperar. Si no, también tienen delivery y take away. Yendo a la comida, es bastante simple pero buena. Se destacan los cortes a la parrilla, algunas pastas y milanesas. Yo recomiendo la bondiola, el asado, la provoleta y el bife de chorizo. Algo llamativo es que no tienen vacío en la carta. Para acompañar hay variedad de ensaladas, papas fritas o puré(algunos platos vienen con guarnición). Todo es rico, aunque no va a ser la mejor parrilla de la ciudad. Pero sus precios bajísimos marcan la diferencia. Para que se den una idea, pidiendo para llevar, una porción de tira de asado para compartir, más una de chinchulines más fritas $ 120, o sea $ 60 por cabeza! Las porciones no son enormes, pero están bien. Cobran servicio de mesa, pero traen panera con algún queso o manteca y una empanadita de carne. Para beber hay gaseosa en botella grande, cerveza y vino. Por su excelente atención, buena calidad y bajos precios, esta parrilla se convirtió en un clásico del barrio.