El Palomar

Resabios de un viejo paseo… Hoy la popu de Newells.
Antes era normal llevar a tus hijos, sobrinos, nietos a jugar con las palomas. Hoy en día si logras despegar a un pibe de la play, la compu o el celu sos Dios. Pero antes lo mas común era ir los domingos a la tarde al Parque Independencia, dar una vuelta por el zoologico, los barquitos, los jueguitos y darle de comer a las palomas.
Nunca me gustaron las palomas. Ni de chica, creo que son traicioneras. Se hacen las buenas para que les des de comer, pero cuando no tienen mas hambre te sacan un dedo.
Para mi El Palomar es sinónimo de la popular visitante de Newells. Desde que no hay mas hinchada visitante los socios de Newells completan la cancha en su totalidad y muchos socios, sobre todo familias eligen ir «al palomar». La llamamos así porque su entrada queda enfrente de esta hermosa casita inglesa donde solían reposar las palomas.

Las palomas saben que las construcciones circulares ayudan a expandir la conciencia, más que las cuadradas. Qué rincón, éste, del palomar. Una pensaría que es un rincón olvidado de dios, como suele decirse. Pero al volver a verlo, da la sensación de que el tiempo se detuvo en este claro del Parque Independencia.
Es lindo descubrirlo llegando desde lo profundo del parque, desde Ovidio Lagos. También, como anunciador del parque, si se llega desde los juegos mecánicos que se encuentran a 50 mts., más o menos, de distancia.
Un vendedor de molinetes y caramelos se ha ocupado de establecer su «plaza» en El Palomar. Recuerdo que me hizo un descuento de $ 5 por llevar una de esas ruedas pintorescas, que tan lindas se ven exhibidas, pero que pierden todo sentido una vez en la mano.
El Palomar es un rincón de eternidad. Las palomas que se ven en él, de hecho, son siempre las mismas, desde hace décadas. Cucurrucu cú.

Cuando era chica, uno de los puntos más particulares y concurridos del Parque Independencia era el Palomar, abierto allá por 1937. Recuerdo que me encantaba llegar hasta esa casita de tipo inglés, con su cúpula de tejas de cerámica naranja oscurecidas y picadas por el tiempo y todas esas palomas que llenaban el ambiente de un sonido y un olor particular.
Las había por montones, en el piso picotéandose entre ellas y peleándose por el alimento que le lanzaban los niños, en el techo mirando a los curiosos desde lejos, dentro de su jaula enorme acurrucándose y durmiendo, protegidas de todas esas personas que se amontonaban afuera. En un kiosquito te vendían, por poco más que nada, bolsitas de alimento para tirarles, pero sino siempre podías tirarles miguitas de galletas o pedacitos de pan y facturas. ¡Qué alboroto que se armaba cuando un nene divertido o un perro cruzaba corriendo entre las palomas!
Ahora ya no queda nada de eso, excepto la estructura, mejor pintada y más cuidada que en esa época, pero más abandonada también. Ya no hay niños ni perros ni abuelos de mirada cansada pero alegre y mucho menos palomas.
Aún así vale darse una vuelta y recordar (o imaginar) lo que ese lugar supo ser.

Este era el lugar que mí abuelo me llevaba junto a mis primos y disfrutaba más él que nosotros de darle de comer a las palomas durante largas horas de estadía en aquellas tardes en que El Palomar funcionaba, y era un clásico para llevar a los niños.
Entre el verde de los arboles del parque independencia, justo en frente al estadio Coloso Marcelo A. Bielsa de Newell´s Old boys, se sitúà la casa de las palomas. Su abito funcional ha de ser cada vez menor, casi sin un uso, pero el tiempo no ha podido barrer con su suculenta estructura de cemento y tejas, ni los recuerdos de miles que han sabido disfrutar ahí mismo.
En su momento, ha llegado a tener un kiosco en el que te vendía comida para darle a las aves, que hoy seguramente están viviendo en una rama, de algún árbol, a pocos metros.
Hoy en día da lugar a otro tipo de ritual, totalmente diferente al que gozaban aquellos niños. Durante horas antes de los partidos es un típico espacio de encuento para la previa futbolera que realizan los hinchas antes del partido. Los domingos ya no se siente hay olor a comida de paloma ni risas de nenes contentos, sino que se funde y predomina el del chori y los cánticos de cientos de leprosos.

Una cúpula de tejas naranjas sobre una estructura verde inglés conforman la casita de las palomas en Rosario. Aunque, ya no es lo que era porque son pocas las aves que llegan hasta acá, sigue en pie.
Se conserva porque muchos, generalmente las personas del barrio, siguen eligiéndolo para reunirse, para tomar mates, para charlar y compartir un rato. Grupos de abuelas, parejas, padres e hijos y algunos niños se divierten con las palomas que se acercan, dándoles migas de galletitas o corriéndolas para que levanten vuelo.
Hay un kiosco, es donde vendían el alimento. Ahora, mantiene sus puertas cerradas, pero está ahí, para el recuerdo de los que vinieron durante mucho tiempo, para los que aquí dejamos un poco de nuestra infancia.
El palomar, descuidado, de olor profundo, ahora disfruta de la libertad de las aves y las espera firme por si alguna quiere volver, por un momento, a casa.