Buca di San Francesco

Un local escondido (si no fuera por el cartel que tienen junto a la puerta ni lo habríamos visto) junto a una de las principales plazas e iglesias (de las que saca el nombre) de Arezzo, la ciudad donde se rodó «La vida es bella» en pleno corazón de la Toscana.
Inicialmente tuvo que ser parte de un monasterio o similar, ahora reconvertido en un restaurante con frescos en las paredes; en el que el trato y la atención prestadas es el plato fuerte (para una muestra, el propio camarero se dio cuenta que nuestra mesa cojeaba un poco y la arregló sin siquiera decirle nada).
Y ojo, porque la comida está a la altura de su servicio; ya que se trata de un restaurante de comida italiana típica y casera, literalmente, con una carta que va mucho más allá de la lista de pizzas y pastas que abundan en cualquier «italiano standard» (la prueba es que entendí mucho menos de la carta que en otros sitios).
Nos pedimos una «Ribollita», un plato de legumbres y verduras similar a un potaje, típico de la Toscana, que estaba muy bueno (al igual que los postres).
Como datos curiosos a añadir, en todas las mesas hay puestas una botella de vino y de agua (y si quieres, puedes pedir otra cosa) y además te traen una jarra en la que puedes enjuagarte las manos o los dedos.
El precio no sube mucho por encima de la media que hay en los principales restaurantes de las zonas turísticas y de hecho lo pagamos con gusto y dejando propina.
En resumen: una visita imprescindible si alguna vez viajas a la Toscana y decides hacer una parada en Arezzo.

Este local es casi invisible desde fuera, por encontrarse en un semisótano. Este detalle, precisamente, me resultó encantador y por eso entramos. Nada más llegar, sorprenden las paredes de ladrillo con frescos pintados.
La atención, excelente. Nuestra mesa estaba coja y uno de los camareros se dio cuenta y la calzó. Nos atendieron rápidamente. Nada más pedir, te obsequian con una tapita de pasta con legumbres y una jarrita de vino tinto. Sin dejar atrás la sonrisa y la amabilidad que derrochan con los clientes.
Pedí ribollita, un plato típico de la Toscana. Los que amen el «cuchareteo», los potajes, pucheros, etc. quedarán muy satisfechos con esta comida.
Para el postre, me trajeron una torta de miel, dentro de lo común. Me sorprendió que, al pedir mi esposo biscottini (galletas) con vino, trajeron vino para los dos y una cestita repleta de galletas.
Al irnos, nos dieron un sobre con poemas sobre la gastronomía toscana.