Entramos en este café una única vez cómo no, ¡para tomarnos nuestros habituales«due espressi» y un capuccino! ¿Por qué no tenemos sitios que decoran tan bien los capuccinos como ocurre en Italia? El camarero que nos atendió fue muy amable, tanto al servirnos, como al contarnos la historia de que, antiguamente, el local fue parte de una iglesia, como así atestigua la inscripción que decora la pared de la barra. También nos estuvo hablando maravillas sobre el café marocchino, del que solo al comentarme cómo era, ya estaba relamiéndome de gusto. Tan bueno estaban los cafés y, tan buen sabor de boca me quedé, que me dejé pendiente acercarnos al día siguiente a probar ese marocchino. Lástima que al día siguiente, por causas ajenas a nuestra voluntad, tuviéramos que cambiar de ruta y me quedara con ganas de probar y disfrutar del marocchino. Si vuelvo a Milán, ya sé dónde tengo pendiente un café.