Bar de Palacio de Hierro

Es muy probable que la visión que siempre tuve de un bar, fue decretada por las películas norte americanas que veía. Madera, butacas cómodas, una barra, un bar tender al que puedas llega y pedirle «lo de siempre». Sin embargo, lo que más se asemejaba a esa visión, aquí en la ciudad de México, eran las cantinas. Las cuales, si eran muy viejas, tenías que ser alguien de más de 40 para que te trataran con respeto. Y por otro lado, estaban los bares que todos conocemos. Donde más que un bar íntimo al cual puedas ir a relajarte mientras bebes un trago, pareciera que compite, de alguna forma, con los antros. Música estridente y un total hermetismo por parte del personal hacia el cliente, más aparte precios altos, lo que volvíà la experiencia de ir a un bar, algo casi insufrible. Sin embargo, cuando todo parece que está mal. Siempre hay un faro de esperanza.
Todas las sucursales de El Palacio de Hierro tiene su respectivo restaurante, sin embargo, es la sucursal de la calle Durango –el segundo que se creó– la única que tiene la peculiaridad de un bar, sí, un bar tal como yo me los imaginaba. Íntimo, donde el personal no sólo es amable, sino tiene el tacto suficiente para que, si eres un asiduo, al momento de llegar te dejan tu trago favorito en la mesa. Y, al estar conectado con el restaurante, puedes comer ahí. Lo que más me gusta es ir a ver juegos de futbol. La televisión, aunque sólo es única, está en un excelente lugar donde, casi desde cualquier mesa, se puede apreciar un juego de futbol como se debe.
Si van, pregunten por Poncho o Claudio, ellos, sin lugar a duda, hacen que la estancia en el bar sea más amena de lo que podría ser normalmente.