El sitio: una pequeña cabaña echa con lamina en la que predominan la sensación de estar en el patio de una casa. La certidumbre de que existe un peculiar, decente y moderado sabor que te explota en el paladar, que te recuerda el instinto que tienes por ir hacia la carne: de manera salvaje, tomar un chamorro entre los dientes; triturarlo, aunque te los fractures. Saborearlo como si fueras una pequeña princesa encantada. Disfrutarlo como si fueras un embrujado con los ojos cerrados y las papilas gustativas dilatadas. Tu mente: ausente, tu voluntad por cualquier dieta: inexistente. Carnitas azul desde hace tres años es la delicia del barrio. Tacos de carnitas que no te hace pensar en los sufrimientos del puerco al ser cocinado, que te hace olvidar que estamos de paso y que la gula no siempre es un pecado y que a veces, hasta es instinto y voluntad por sobrevivir.