Gia

Mi llegada a Gia fue producto del hartazgo: estaba cansada de verme igual, pero sobre todo estaba absolutamente harta de ir a un salón de belleza en el que me sugirieran alaciarme el pelo. Esa obsesión de los estilistas por aniquilar los rizos de las chicas y hacer que todas nos veamos iguales me tenía enferma. Un día, en el comedor de la editorial en donde trabajaba, una compañera hablaba efusivamente de un hombre que le había hecho un corte magnífico respetando su hermosa melena rizada. Fui al día siguiente y desde entonces me volví monógama de estilista (sí, con Iván Rico hasta que la muerte nos separe).
Empecemos con el lavado-​masaje de pelo: te pones una batita, te recargas en el cómodo sillón de lavado, cierras los ojitos y dejas que te consientan en grande. Además de usar productos de olor exquisito, el lavado incluye un masaje de cuero cabelludo, cara, cuello y hombros que vale por sí mismo la visita.
Después viene el corte. Aquella primera vez que me encontré con Iván le dije que buscaba verme diferente sin tener que convertirme en otra persona. El reto era que él lograra hacerme un corte respetando, primero, mis rizos y, segundo, mi pelo largo. Me puse en sus manos y el resultado fue tan maravilloso que en las calles, en las oficinas, vaya, hasta en los restaurantes me preguntaban dónde me había hecho ese corte: D
El costo de los cortes es alto pero estos valen cada centavo. A mí no me importa ahorrar y adentrarme en el Mordor de los oficinistas (Santa Fe) con tal de hacerme uno.