Una verdulería pequeña como una evocación de los establecimientos pueblerinos, o tal vez más que una evocación se trata en realidad de un local sobreviviente de lo que ayer era a lo mejor un pueblo y hoy es cuando mucho un barrio en medio del levantamiento desfigurado de esta gran ciudad. En un local diminuto apenas iluminado, están expuestas dentro de sus cajas, sobre los estantes antiguamente instalados, las frutas y las verduras, y no hace falta nada más: a veces en excelente estado, de buen tamaño, a veces ya demasiado maduras; y el señor que despacha, pesa las bolsas en una báscula colgada de la oscuridad, debajo de su delantal azul que lo identifica con el gremio, siempre dispuesto a sonreír, oculto detrás de la penumbra, lejos de los emporios comerciales.