Tengo que aceptarlo: soy un atascado. Adoro cuando a un platillo se le añaden toda clase de condimentos y complementos que se convierte en una fiesta de sabor en mi boca. Es por ello que un pequeño local atendido por dos muchachas y una señora ha cautivado mi paladar. Se llama Tacomoloco. El menú es conciso. Ofrece sopes, huaraches, gorditas de chicharrón y sincronizadas, entre otros; pero sin duda la especialidad son los tacos: de dos tortillas y servidos con papas, nopales y cebolla fritos, se pueden pedir de bisteck, campechanos, longaniza, chuleta ahumada, milanesa y pechuga asada de pollo; sencillos o con queso. Como guarnición se dispone sobre una pequeña barra jícama y pepino picados, salsas verde y roja que dependiendo el día, varía el chile con que se elaboran, y pico de gallo. ¡Delicioso! Con una amplitud de refrescos, incluyendo el tradicional veneno, como llaman algunos a la Coca Cola y los infaltables Boings, Tacomoloco es el ejemplo perfecto de cómo debe ser el taco diurno de la Ciudad de México. ¡Provecho!