Unilac Bodega de quesos

Cuando iba a la universidad era muy flojo y nunca me cocinaba. Una vez, llegó de sorpresa una amiga a mitad de mi hora de cenar. La invité a pasar y me volví a sentar en mi sillón para terminar mi cena. Me estaba comiendo un cuarto de queso manchego como si fuera una torta, con todo y envoltura. Ella se sorprendió de que me comiera el queso a mordidas, sin pan ni aderezos.
La verdad es que ya se me había hecho costumbre y no me daba cuenta de que era algo raro. En esa época, cuando tenía mucha hambre, podía salir a comprar unos tacos, una torta o, por qué no, un cuarto de queso manchego. De hecho era la opción más barata. El Unilac me quedaba enfrente de casa. Después comencé a cocinar y le vi la verdadera ventaja a este lugar. Gracias a sus buenos precios, empecé a probar todos los quesos posibles. Cada martes, mi cena estaba destinada a probar una de las opciones. Mi favorito fue un provolone que horneé y medio se me quemó. Pero qué delicia.