Conocí este local cuando vivía en el centro de Monterrey y fué de casualidad ya que acudí a un cajero automático Banorte que esta justo a un costado. El lugar por fuera no tiene anuncio y a lo mucho eata un diablito de madera con un cartel qie da la biencemida e invita a pasar. Cuando entré me atendió el dueño del lugar y en seguida fue a la mesa uno de los jóvenes meseros, trae la carta y veo que los precios son muy accesibles. Decidí pedir lo más básico: un filete empanizado, las porciones eran suficientes y la salsa tártara que preparan aquí mismo fue buenísima. Sin embargo seguí acudiendo y hoy me he dado cuenta que el Don que me recibió no lo he visto más, en su lugar sigue su hija que antes era una adolescente yo que no ha cambiado es su carácter y mal humor con los jóvenes que ayudan a servir. Gracias a Dios el cliente no tiene contacto con ella. Muy a pesar de eso sigo viniendo por las tostadas de ceviche, el cóctel de camarón, o el pescadito frito. La decoración tiene motivos de Portugal, artesanías del mar y unos caracoles, era una casona que ahora se adecuó como restaurante.