Desde años atrás –al menos unos seis– voy con Carlos el peluquero y barbero por su trato y buen servicio. Siempre tiene periódicos del día y revistas de interés para que uno se entretenga mientras espera su turno, porque su clientela es abultada. Además, don Carlos tiene plática, es ameno y exhibe sus dotes de buena memoria: se acuerda de uno y de las charlas pasadas. Y basta con ir la primera vez y volver a aparecerse para un corte para que recuerde cómo era que uno lo quería. De cualquier forma, pregunta mientras hace su trabajo, para no «errarle», a la vez que continúa platicando sus anécdotas. El lugar es muy pulcro y sus instrumentos de trabajo aseados; don Carlos considera a sus clientes, ya que es muy detallista(hace pausas para preguntar: ¿Las patillas, de qué manera?, ¿y el corte en el cuello cómo se lo dejamos?) ¡El señor usa tijeras y peine!, algo casi extraño para esta modernidad llena de máquinas y aparatos, que también se han apoderado de este oficio. No obstante, sabe emplearlas cuando es necesario.