Esta pura tienda de barrio lleva existiendo como reza su cartel de la entrada desde 1954, básicamente desde que se construyó el edificio. Y pese a lo que pueda imaginarse goza de muy buena salud, y eso que apostaría a que apenas ha evolucionado desde el día de su apertura. Creo que sobrevive porque se ha nutrido de una clientela vecinal especialmente fiel que ha ido heredando el hábito de generación en generación y porque el tiempo ha jugado a su favor. ¿De qué manera? Pues vendiendo un género que si hace poco podría parecer pasado de moda, ahora es el colmo de lo vintage. Para mi, el producto estrella de este negocio son las zapatillas de andar por casa, las alpargatas y cosas por el estilo. Aquí se encuentran las tradicionales e injustamente denostadas«zapatillas del abuelo» a cuadros por el exterior, forradas de lana en su interior y con su suela de goma inconfundible. Ayer el que las llevaba era un freak y un ser de espíritu avejentado, hoy es un orgulloso hipster. Todo esto no es óbice para que el forro polar no haya hecho también su aparición, aunque manteniendo una estética clásica, que es la seña de identidad de esta tienda. Además como todo auténtico comercio de barrio sus precios son populares. Para los amantes de los detalles, no dejéis de reparar en el tapizado verde cortinas con el que han forrado el banquito en el que probarse el calzado, un toque kitsch muy característico de una tienda tradicional y sin complejos.