Bingo Condal

Se dice que cuando haces un amigo es como si te tocara la lotería. Pues yo hice Bingo cuando conocí a doce de golpe en un curso. Ayer hacía un año y fuimos a celebrarlo. Alguien dijo: vamos al Bingo… Ay.
Nos ficharon en la puerta y nos distribuyeron en tres mesas (el máximo es de cinco, y son tajantes). El Bingo Condal es bastante grande y ayer no había demasiado público. Yo era la segunda vez que iba al Bingo y la atmósfera tenía lo mismo de peculiar que la primera. Es difícil de describir; hay algo de rancio, de decadente y de inquietante. ¿Será por el desdén de la repartidora de cartones? ¿Será por el tono de «estoy hasta las narices de decir números» de la voz de la megafonía? ¿Será por la abducción del público en los números de los cartones y su silencio sepulcral?
Dos euros por cartón. Cada uno el suyo. «Empezamos», dice la voz de la megafonía. «Sesenta y tres. Seis, tres… Diecisiete. Diez, siete…»… Alguien hace línea, pero no es de los nuestros. «Seguimos para bingo»… Alguien canta línea (es de los nuestros) pero ahora no toca… Le hacen callar… «Cuarenta y siete. Cuatro, siete»… ¡Bingo! Es una de las nuestras. Se lleva sesenta y ocho euros y los aplausos de sus doce amigos entusiasmados.
Decidimos marcharnos. Pero uno de les nuestros ronronea. «Id tirando» nos dice con cara vicio… Lo sacamos de la oreja y nos vamos con la música a otra parte (aquí no se puede hablar), a celebrar el bingo y la amistad con un chupito… O dos.