En realidad no hace tanto que Mireia y Álex abrieron la tienda, ni son tan mayores –de los treinta y cinco no pasan– ni el negocio tan antiguo, pero parece que la plaza Maragall y sus vecinos pedían a gritos alguien que les hiciera los apaños gráficos: las fotocopias, las camisetas estampadas, los folletos. Hace un tiempo abrieron la segunda tienda y en la primera, en la de la calle Puerto Príncipe, una chica les ayuda ahora atendiendo a los clientes. El negocio va viento en popa. Saben lo que se hacen, o dan esa sensación sin pretenderlo. No son solo operarios de fotocopiadoras: son grafistas y si hace falta diseñadores, y tengan la cantidad de trabajo que tengan, asumen los encargos, para hoy o para pasado mañana, y los hacen bien. Probablemente tenga que ver con el hecho de que nunca les he visto nerviosos; nunca han resoplado ante un encargo urgente o ante una idea gilipollas. Digo yo que se lo pasan bien con el Illustrator y con el InDesign, trazando vectores mientras las máquinas imprimen plásticos y grandes rótulos a todo color. Yo empecé a tratarles cuando hace casi diez años les encargaba camisetas con dibujos propios. Me lo hacían barato, me ponían los puntos sobre las íes si algo era irrealizable y nunca me encontré con una sorpresa desagradable en el resultado. El hecho de ser vecinos quizá ayudara. Quizá aún más que tengan mi edad y podamos hablarnos de tú a tú, también en cuestiones tecnológicas.