Bajo tierra y se llama El Manantial. No me digan que no mola, así sin decir más. Como sería feo acabar aquí, digamos que es un bar de metro, de transbordo, pero con mucha más infraestructura y vida que cualquier otro de sus características. No solo hay gente de paso, clientes de café de pie o bocadillo a golpe de pito, también hay una lúgubre sala al fondo, con algunas mesas y clientes habituales. Y un extenso mostrador con comidas variadas y preparadas a conciencia. A destacar el camarero, un tipo elegante y exquisito, de bigote afrancesado, nada que ver con lo que uno esperaría encontrarse en un bar así. De hecho, se le ve muy lejos de las alimañas que nos arrastramos por El Manantial. Se le ve mucho más arriba, más elevado, como en el bar del Corte Inglés, entre señoras con pieles. Y sin embargo está aquí en el subsuelo, con nosotros, dándonos dignidad: celebrémoslo.