No hay dos sin tres, no hay noche sin día, no hay tormenta sin calma… y no hay postparty sin pollo asado del Herrero. Estudié en Castellón cinco años, huyendo de las malvadas garras de la universidad privada valenciana, y de ello me quedó un buen capazo de amigos y una novia que, durante un año más, por trabajo siguió allí. Así que mi estancia en la Plana se prorrogó durante unos cuantos meses más, cada fin de semana. En una de aquéllas, nos despertamos el domingo resacoso con ganas de pollo. No preguntéis por qué, pero desde entonces ya es biológico el hecho de levantarnos de resaca y NECESITAR un pollo a l’ast para seguir viviendo. Bendigo el día en el que, yendo a la casa habitual donde comprábamos nuestro pack pollo + pan + ajoaceite + patatas, nos topamos con que estaba cerrada. Fue entonces cuando, ya a la desesperada, vimos un letrero en el único local abierto: un kebap. Encantadora sorpresa: no sólo hacían durums, kebaps y falafels. ¡Tenían una máquina enorme de pollos a l’ast! Lo compramos por descarte… e irremediablemente volveremos cada domingo resacoso del resto de nuestras vidas(castellonenses). Por el amor de Gallina Blanca: ¡qué pollo, señores! El dueño nunca jamás ha querido revelarnos su combinación secreta de sabores, pero ya os anticipo que en su caldo puedes encontrar restos de tan variopintos ingredientes como ciruelas, champiñones, laurel e incluso manzana. Quizá así dicho no os evoque hambre, y mucho menos sabor a pollo asado, pero os prometo por mis papilas gustativas que esto es incomparable a nada que se pueda probar. La receta nunca ha sido aireada, pero él lee en nuestras caras el color de la resaca en cuanto nos ve bajar por la calle homónima a su local y, sonriente, nos prepara nuestro pollo y nos regala una cocacola de dos litros bien fresquita. Que los domingos de resaca son muy largos.