Mis expectativas a priori de este lugar eran un poco más altas de lo que recibimos, pero vayamos por partes. El lugar invita a acercarse, esa es la verdad. Tiene una gran entrada con una amplia terraza, y ya desde lejos te llama la atención por lo grande. Y asombran los precios cuando ves la carta por lo asequibles. Claro que cuando después te traen unas bravas congeladas, la cara se te cae al suelo del desánimo. Menuda decepción. Pedimos unas albóndigas cuya salsa estaba buenísima y una fritura de pescado cuyos calamares estaban por encima de la media pero cuyas sardinas estaban algo más fritas de lo que deberían. Los boquerones un poco amargos, pero eso supongo que sería casualidad. La comida nos dejó un sabor algo decepcionante, aunque la atención a cambio fue sin duda extraordinaria. Quizá los pillamos bajos de reservas por estar en puente, pero desde luego lo de las patatas es inexcusable, flaco favor le hace al resto de cosas que nos quedamos sin probar.