Llevábamos mucho tiempo queriendo descubrir este local ya que habíamos escuchado distintos comentarios y todos ellos buenos. Es complicado lidiar con las expectativas, como todos sabemos, y quizá sea por este motivo que el restaurante nos gustó pero no nos pareció nada excepcional. El entorno bonito ya que está ubicado en una antigua rectoría inmersa en los campos lindantes de Granollers y además decorada usando un estilo a medio camino entre lo rústico y lo informal que resulta acogedor y nada sobrecargado. Al ser entre semana escogimos la opción del menú que incluía primero, segundo, postre, pan y una bebida todo ello por 20 euros, cantidad nada despreciable. Los primeros bien elaborados entre los que nos decantamos por una sopa de tomillo con huevo escalfado junto con un carpaccio de bacalao y que según mi criterio fueron los más creativos y redondos. Los segundos mucho más sencillos, sin ninguna sorpresa ni trabajo de fondo especial: pies de cerdo, churrasco a la brasa y un trozo pequeño de rodaballo todos ellos con patatas fritas. Los postres buenos, correctos: struddel de manzana y requesón con miel. Por lo que pudimos observar si pides a la carta hay una considerable diferencia de presentación y de cantidad tratándose de los mismos platos lo cual invita a preguntarse en cuánto se ha de resumir la cuenta final en el caso de que uno quiera disfrutar de los verdaderos placeres de la Rectoría.