A veces conviene alejarse un poco de costa y renunciar al restaurante con vistas al mar(en el que por lo general tienes más opciones de que te den un buen palo a la vez que aumentas la probabilidades de indigestión) para explorar un poco las tierras y, sin alejarse mucho, caer en un sitio más apacible, apetitoso y con estupendas vistas también, pero del campo. La posada de isla es uno de estos parajes. A la vez alojamiento rural y restaurante, este último ofrece apetitosos menús a precios razonables de cocina casera y tradicional. Casera porque se nota que es un negocio familiar en el que trabajan todos sus miembros y tradicional porque proponen lo que uno se puede esperar, en su versión sabrosa: difícilmente podré olvidar ese perolo enorme de patatas a la riojana del que pude reservirme tantas veces o la mousse de limón del postre. Todo ello en el marco incomparable de una acogedora terraza con vistas a los cerros, espaciosa y en unas mesas en las que hubiéramos cabido el doble de personas. Así las comidas se disfrutan y las sobremesas se alargan y durante unas vacaciones yo no pido otra cosa.