El Restaurante Barrera es un tesoro escondido. Uno de esos pequeños sitios de culto y peregrinación. El lugar donde darse un homenaje(muy) de vez en cuando. Que por curioso que parezca, no tiene gran repercusión en los medios, ni es demasiado conocido entre los críticos gastronómicos pero que bien mereciera una mención o una reseña o una página entera. Pasa de boca a boca. Como recomendación especial. Entre susurros. Para que no se rompa la magia del sitio. Además, es una de estas confesiones que se realiza sólo a amigos. A quién uno considera dentro del selecto club de los dedos de la mano. «Mira fulano, este restaurante no es muy conocido, es algo caro, pero si quieres quedar bien, no encontraras otro restaurante mejor para comer como un señor entre amigos». Pasa desapercibido de la atención y los focos. Por fuera, parece un bar normal y corriente. Que en nada parece anticipar que encontraras en su interior. A primer vistazo, uno se encuentra una barra con parroquianos fieles a al vino y al aperitivo de ensaladilla rusa. Sin nada especial que llame la atención. Ni una decoración rococó, ni un diseño ultimo berrido, ni unos amplios ventanales estilo neoyorkino ni un cartel de Andy Warhol. Un bar normal y corriente con una decoración típica austera. Si reservas, y conviene reservar porque aunque no es famoso, el restaurante es pequeño. Apenas 8 mesas. Pasas a través del Bar, giras en el recoveco, dejas atras la pequeña y selecta bodega y entras en un mausoleo de la comida casera y tradicional. Con la calidad por montera. Desde los manteles de hilo. Sí, señores. De hilo. De primera calidad. Las servilletas igual. Las copas de buen cristal finisimo. Pasemos a lo importante. La carta. ¿Qué carta? Nada. Ninguna. No hay. Es una carta de viva voz. Corta, escasa y excelente. Apenas 6 productos de entrante y 6 segundos recitados a viva voz por Ana. Dueña, cocinera, gallega y tímida hasta la enfermedad. Todos productos de primerisima calidad, de mercado y temporada. Como entrantes resaltan muchos el pisto. En opinión de este que escribe, sería inexcusable no pedir las patatas revolconas, plato típico abulense que se hace con patatas cocidas molidas y torreznos. Aunque suponga saltarse a la torera la operación bikini, es un delicioso plato poco frecuente que cuando se hace a diario con tanto mimo y cariño son una delicia para los sentidos. En este caso, los torreznos están tan bien fritos, tienen la cantidad justa de carne y grasa y las patatas perfectamente cocidas, lentamente para que se impregnen perfectamente de todo el sabor y la grasa de la panceta. Si te toca en temporada, imperdonable no pedir los callos, sabrosos, cartilaginosos y con su punto picante. Las setas cuando toca epoca, dan lugar a platos espectaculares. El cabrito, probado en primera persona, es una delicia de rico y de tierno. El pescado, me contaron, tampoco desmerecía el atun en chafaina. De vinos, no opino porque no entiendo. Los que tienen paladar para ello, alababan sus virtudes. Como no, los postres también son caseros. Especial y riquisimo el sufle de chocolate. Cuando lo hay. Porque estos, también van por temporadas. Si no, el seguro arroz con leche. Como hecho en casa. Este restaurante es una delicia. Ambiente sosegado y familiar. Donde celebrar las ocasiones muy especiales. Entre amigos. Cuando las sobremesas no se hacen pesadas, las conversaciones fluyen y todo lo externo carezca de importancia. Al hilo de la pregunta donde se come mejor en Madrid. Habrá otros. Este merece 5 estrellas.