El Escudero

Me cargo los zapatos como si me los comiera todos los días mordisco a mordisco; pie pronador, me gusta ir andando a todas partes, soy de tener un único par de zapatos… El resultado de todas estas cosas es que, por bueno que sea el par que me compre, me lo termino cargando a los pocos meses: agujeros en la suela, tacones gastadísimos, hebillas rotas… Y claro, cuando vivía con mis padres sabía perfectamente dónde estaba el zapatero: exactamente en la bolsa que le dejaba con los zapatos destrozados a mi madre en la puerta para que los tramitase por vía de urgencia.
Pero ahora ya soy mayor y tengo que arreglármelas solito, así que hube de buscarme un negocio de reparación de calzado cerca de casa y encontré esta maravilla, que me queda al lado del gimnasio, de camino al trabajo y cerca del hogar de uno de mis compañeros, que me lo lleva y me lo trae si se lo pido, ¡ya no necesito a mi madre para esto!
El local-​taller es muy chiquitito, pero aparentemente el dueño no necesita mucho más para dedicarse a su profesión, en la que se le ve como pez en el agua: lo mismo te arregla la suela buscando el agujero por el que se te cuela el agua de los charcos invernales que te pone una goma nueva para sujetar la hebilla que unas tapas que te deja la piel como si fuera nueva… Y claro, habiendo explicado previamente a la concurrencia el desastre que soy en estas lides, entenderéis que me parezca muy bien todo lo que hace, que además lo hace muy bien.
Por otra parte, es una persona muy animada y dicharachera que te da buena conversación la quieras o no: si vas, tienes que ir con tiempo porque te sacará un tema y habrás de combatir dialécticamente hasta que una de ambas partes caiga vencida (probablemente tú).
Por qué cada día quedan menos negocios como estos, nunca llegaré a entenderlo; ¡preservémolos mientras podamos!