Inusual. Esa es la palabra que me viene a la cabeza al pensar en este sitio. Es un local que puede pasar desapercibido incluso cruzando al lado mismo de la puerta, ya que el jardincillo delantero lo tapa casi por completo. Si nos fijamos, vemos que hay una especie de bungalow(no se me ocurre otro término para describirlo) y, al entrar, tenemos una barra, dos saloncitos y una terraza relativamente amplia. Todo el local tiene un aire artesano, lógico, ya que el dueño planificó todo el diseño y el resultado es, por lo menos sorprendente. Sobre todo la decoración del salón entoldado(parece que en verano el toldo se retira, convirtiéndolo en una segunda terraza), donde podemos ver desde pinturas en las paredes hasta un pavo real de cerámica rota, gaudiano, y sillas de todas las formas y colores. Muy eclectico todo, y un poco surrealista. Se come bien, la carta no es muy larga pero ofrece variedad y unos precios que te hacen dudar de que no sea todo una broma. Pero no, puedes comer estupendamente por 8 – 10 euros, postre incluído. Yo he probado ya la hamburguesa a la parrilla, las albóndigas, el pollo en salsa, la ensalada de ahumados… y sigo con ganas de ir probando. El servicio es atento, quizás un poco relajado, no es un sitio para ir con prisas, y conviene llegar pronto, porque siendo esta una zona de oficinas se pone hasta arriba enseguida. El dueño es genial, es como una especie de personaje de cuento, podría ser un viejo juguetero de esos que te cuentan una historia a la que te descuides. Las chicas son amables y agradables, y el trato general es cercano sin resultar pegajoso. Me da rabia haber tardado tanto en probarlo, dentro de poco la empresa se traslada y ya sólo pasaré por aquí ocasionalmente. O a posta, porque creo que me apetecerá volver a este sitio, qué leches.