Una amiga nos había hablado de este sitio varias veces porque se comía bien y barato, y un día cuadró ir, y allí que nos presentamos un sábado ya tarcedito, pasadas las tres y media. No había sitio fuera pero improvisaron y nos pusieron una mesa, así que genial. La amiga nos recomendó pedir parrillada, ya que la carne es la especialidad de la casa, un bar-restaurante argentino(no lo catalogaría solo de restaurante, pues es más bien un bar tirando a cutrilongo). Pero, como ya era tan tarde, no quedaba materia prima… Así que optamos por milanesas y una hamburguesa. Lo cierto es que todo estaba muy bueno, incluidas las empanadillas que nos pusieron de tapa. Pero lo que falló fue el servicio: no exagero si digo que tardaron en traer la tapa media hora, y la comida, algo más de una hora. Vaya, que nos plantamos en las cinco de la tarde. Muy desesperante. El caso es que el dueño, que ya conoce a mi amiga, salió al final a disculparse –lo cierto es que muy apurado – , diciendo que no era lo habitual y que con el buen tiempo de ese día se le había ido de las manos(moraleja: reserva y ve mejor a la una que a las tres). Y al final nos invitó como a media comida: creo que solo pagamos los platos, pero no las bebidas, ni el postre(unos panqueques con dulce de leche que te mueres de ricos y de diabetes), ni los cafés. Sin duda, ese detalle hace que esta reseña no tenga menos estrellas. Salvando eso, merece la pena si te pilla por allí. Carnaza y panqueques, para qué más. ¡Ah! También tienen carta de cócteles y se pueden hacer celebraciones, con karaōke y todo.