Hay que ver cómo me gusta eso de llegar y preguntar: «¿quién es el último?» en plena calle. Y hago esto mientras voy mirando las frutas y verduras que decoran un estupendo pasaje único en Madrid, el pasaje Doré. Fruta de calidad excelsa, atención verbenera divertida y atenta que selecciona las mejores piezas cada una de las veces que cada uno de los clientes preguntamos. Tiene algo esta pequeña calle que me recuerda a Brighton, aquí una costurera, allá una verdulería, un poco más adelante un puesto de pollos y carne… y me maravilla que sean baos comerciales cuyas fachadas están abiertas de par en par hacia los viandantes. Marcelino es un crack de las frutas, y de la conversación y de esos fruteros que llevan desde que no tenían pelos en los huevos pesando champiñones, manzanas y peras(sin mezclar peras y manzanas, no vaya a ser). Como decía, tanto lleva vendiendo fruta que su ojo es una balanza electrónica de fiabilidad impresionante. A veces creo que ha ganado apuestas demostrando su impresionante capacidad para calcular el peso sin utilizar la balanza. Sí, mi frutería del barrio y sí, larga vida. Las cosas bien hechas, en tiendas pequeñas.