De ruta por el pueblo, al final decidimos parar aquí a cenar. Es un bar relativamente nuevo, así que no teníamos ninguna referencia. Ya habíamos picado antes, así que solo pedimos un plato. Nos viene un camarero mellado y nos recita la lista de lo que tienen. No hay carta. Yo me decido por un pescado y mi pareja por una pechuga de pollo con salsa. El pescado se notaba que era congelado y estaba regado con salsa de marisco, que fue lo único bueno del plato. Iba acompañado de un timbal de patatas secas con unas tiritas de pimiento asado y un poco de bacalao o atún reseco encima. En el plato de mi pareja también era la salsa lo único comestible. Después de eso ya no quisimos postre ni nada. Además tardaron una eternidad en servirnos, más de media hora. Y, como colofón, cuando le pedimos la cuenta, nos dice directamente el total, así de palabra. Entonces se la pedimos por escrito, se va adentro y al rato nos viene con un papel escrito a mano.