Manolo Villegas

Hoy en día, todas las fruterías me parecen iguales. No hay un claro factor diferenciador entre ellas. La fruta viene la mar de bonita, con su encerado exterior, y engordadas artificialmente. Muy bonitas por fuera, pero cada vez con un sabor más homogéneo, el gusto se va perdiendo por tanto potingue que le ponen para que estén hermosas y bonitas. Por eso, lo único que diferencia a unos negocios que no ofrecen nada diferente entre ellas, son los pequeños detalles.
En la zona en la que vive mi amiga Sonia hay varias fruterías. No he contado exactamente cuántas son, pero hay bastantes. Esta semana fui a verla una mañana, y me pidió que la acompañara a comprar unas cosas que le hacían falta, una de ellas fruta. Teniendo tantas fruterías cerca, me extrañó que nos alejásemos. Ella me explicó que para la fruta, el mejor sitio de los alrededores es la frutería de Manolo.
Cuando llegamos, me di cuenta de a qué se refería. Es un negocio de los de toda la vida, en un local pequeñísimo, con aspecto de antediluviano, en el que se amontonan las cajas de fruta. ¡Y qué fruta! ¡Cómo huele el interior del pequeño cubículo! Si la tienda tiene ese sabor (y ese olor) a añejo, Manolo no le anda a la zaga a su negocio. Es un tendero de los viejos, de los que llevan toda la vida tras el mostrador. Y esas tablas se le notan, dándole tertulia, con una simpatía que parece innata, a las Marías que hacen cola para que las atienda.
Después de salir de allí, rectifiqué en lo que pensaba anteriormente. No todas las frutería son iguales. Son los pequeños detalles los que hacen que un sitio destaque por encima del resto. Y Manolo sabe cómo cuidarlos para hacer de su negocio un sitio que destaca por encima de los demás.

Paseando con mi madre por la zona, ni me acuerdo de dónde veníamos o a donde íbamos, decidimos entrar a esta frutería porque desde fuera invitaba a entrar lo bonita que tenían puesta la fruta. Con eso de comprarlo todo en las grandes superficies nos creemos que ahorramos tiempo y somos divinos. Pero nada más lejos de la realidad, la fruta que encuentras en estas cadenas no tiene absolutamente nada que ver con la de las fruterías de barrio. Lo que pasa es que me suele echar para atrás el aspecto sucio que tienen muchas fruterías. Por eso me impactó tanto esta en concreto. Parecía una papelería pero de frutas.
Los dependientes impolutos, con sus guantes, sus redecillas y su sonrisa de oreja a oreja. El trato, lejos de ser frío, muy empático. Nos dieron perejil y un poquito de romero con la compra. De precio tampoco estaban nada mal. Y la prueba definitiva de que es una buena fruteríà la obtuve una semana después. Mi chico come muchos plátanos, así que compramos más de un kilo por semana en alguna gran superficie. Normalmente no llegan en buen estado al jueves pero éstos aguantaron la semana enterita y poco más pero porque nos los comimos. ¿Casualidad? no lo creo.