Ojeda

Alguna que otra vez voy a esta cafetería y todo correcto buen café y ricos pasteles sobre todo su tiramisú.
El local es amplio y también dispone de veladores.
Precios asequibles

buen sitio para desayunar y tomarte algo por la tarde. Tienen. poca variedad, pero buen servicio y lugar agradable

Pues mira, cuando quedaba mucho con Javi era mi sitio favorito para desayunar… cágate… porque desde fuera la panadería cafetería no es nada sugestiva, pero nos atendían tan bien que nos hicimos pronto clientes fijos de fin de semana.
En la parte de la panadería está normalmente una señora mayor que es la que despacha el pan, cinco andaluzas un euro. Con mucho agracejo y sentido del humor. Clientela fija y del barrio claro.
Por dentro la cafetería tampoco tiene nada de especial, es más tiene un rollo ochentero que a gritos pide un plan renove. Fuera ni se te ocurra desayunar, pues aunque tiene dos mesas, justo al lado hay una especie de taller en el que los chicos que lo llevan suelen arreglar las motos en la calle. Al final terminas tragando bastante humo.

En los meses de invierno en los que sales al trabajo por la mañana y aún es de noche, en esos días en los que una banda de pingüinos corre a sus anchar como si la calle Arroyo fuera parte del Polo Sur, en esos días en lo que más deseas es algo calentito que empiece a descongelarte por dentro. Para esas ocasiones un chocolate caliente y alguna pieza de bollería artesana es lo mejor para empezar el día con buen pie.
La pastelería Ojeda me quedaba siempre de camino al curro (en aquellos años en los que la gente tenía trabajo) y en los meses de invierno por lo menso una vez a la semana caía un desayuno contundente con chocolate caliente y un donut presente (¿habéis visto que pareado me ha salido?). Yo la frecuentaba con nocturnidad e invernosía.
El ambiente es familiar conforme va avanzando la mañana. Los fines de semana es su hora punta con muchas familias y niños chicos jugando al Gormiti o embobados en la DS mientras los padres hablan con los abuelos.
Tiene una buena variedad de pasteles, así que viene muy bien para comprar unos cuantos si has invitado a alguien a merendar y quedar como un señor.

Hacía al menos una año que no volvía a tomarme un chocolate blanco de esos espesos en una de sus enormes tazas de colorines. Siempre iba los domingos cuando mis padres venían a visitarme en mi época de estudiante. A media tarde cuando el sol aún escandila siempre lo dejabamos esconderse dentro del Ojeda. Fíjense si habrá cafeterías y bares en la Calle Arroyo, pero siempre acabábamos en el mismo sitio y eso que de camino dejábamos atrás otros muchos locales.
Era curioso siempre nos preguntábamos ¿vamos a tomar café?, pero nunca nos cuestionábamos dónde. Sabes de esos bares que te conocen tanto que siempre que entras, en lugar de pedirte lo que quieres, te dice «¿lo de siempre?». Pues éste es uno de ellos.
Chocolate y un pastel de milhoja para mi gusto era, y por qué no sigue siendo, la mejor forma de acabar la semana. Su varidad de tipos de cafés y confituras ni hacen sombra al trato humano de su servicio, siempre tan cercano.
Es el típico bar de familias, donde se unen abuelos, hijos y nietos a disfrutar de un descanso en la tarde. También las mañanas se convierten en un punto álgido de clientela, pero en este caso de trabajadores que no renuncian a desayunar fuera de casa antes de ponerse al «tajo».
Al lado de su puerta, una gran ventana que comunica directamente con la barra y mostrador de pastas sirve de punto de venta a la calle de dulces y panes, convirtiéndolo además en punto de contacto y partida al mediodía, antes del almuerzo. Un consejo: vayan.