Sé que esta reseña probablemente no la lea mucha gente porque no es un sitio muy conocido de Sevilla. Es una panadería situada en el Polígono Norte, en la calle Managua. ¿A quién le importa? Además, su decoración es bastante tacaña tanto por dentro como por fuera. Pero es mi panadería, es mi Polvillo. Y a mí y a todos los vecinos de la zona nos importa muchísimo. Desde aquí, le lanzo mi homenaje. A las siete de la mañana ya están las tres o cuatro muchachas cargando y descargando todos los enseres de alimentación que componen esta tienda. Pasas por el lado del camión, gloria: hueles el pan recién hecho en la central de todos los Polvillos de Sevilla, que supongo que serán unos cuantos los afortunados que tengan uno cerca y no sólo yo. Ya estás perdida. Has entrado y has visto a las dependientas echando cada tipo de pan en sus repositorios. Más gloria. Me compro mi mollete para desayunar, mi sevillana para almorzar y mojar en el guiso del día y mi barrita pequeña para una cena frugal. Puedes llamarlo manías de vieja treintañera, como tú quieras. Te fijas en los papeles colgados en el interior. Ofertas por doquier. De bocatas, de 3×2 en piezas de pan, de botellas de leche, de galletas, de donuts… Un pequeño supermercado al lado de casa. Pero con todo el encanto que una tienda obrera puede tener. Y digo obrera en el sentido más cariñoso del término porque ahora se me viene a la cabeza la anécdota de cuando colgaron un cartel en la puerta para intentar que la gente guardara el orden de llegada religiosamente y no procediera a perpetrar uno de los crímenes más comunes del día a día: colarse. El cartel rezaba así: «Por favor, pidan la b». Si hace unos años hubiera habido Twitter y le hubiera hecho una foto, estoy seguro de que habría sido trending topic. Aquí, todo huele a pan de pueblo, hasta en lo barato que es.