Un hotel de 5* a distancia de paseo del centro de la ciudad y al lado de la judería y de varios monumentos y museos, con el aliciente de que está en una plaza pequeña por la que no transitan apenas coches y en la que no se oye prácticamente nada. También tiene un spa, un restaurante y un bar en su interior, aunque sobre estos no puedo opinar. El hotel consta de 4 plantas con unas 12 habitaciones en cada una, que son del tamaño que cabría esperar por su categoría. La cama de matrimonio son dos camas individuales enormes juntas, así que la distancia total es como el largo de un campo de fútbol, y además tiene un dosel por si te sientes princesita esa noche. El aire acondicionado de la habitación es una auténtica bendición y no hace mucho ruido, y el cuarto de baño es bastante grande, con dos lavabos y una bañera de tamaño medio. Aparte de esto, lo habitual: televisor grande, minibar, zona de sillón y mesa de rancio abolengo para poder hacer el costumbrista un rato, y un par de revistas carísimas de las más modernas del momento para sentirte como un genuino hipster incluso cuando estás en la habitación. Ah, y el personal muy agradable y servicial en todo momento. Muy buena cosa todo.