Una tarde de diciembre post piletazo tenía un dolor tremendo en el oido. A la noche no aguantaba más y tuve que ir a una guardia, donde me destruyeron un tapón de cera y me recomenaron hacerme estudios. Por mi obra social llegué al consultorio de la fonoaudiologa Gilda. Su secretaria Ana es muy simpática y me dio turno al toque. El lugar es hermoso, un departamento en belgrano a dos cuadras de cabildo. Moderno y luminoso. Me ofrecieron café y había un montón de revistas. Igual no tuve que esperar nada porque, por suerte, los pacientes estaban todos a horario. Gilda es divina, me metió adentro de una cabina acustizada y me dio unos auriculares enormes. Me dijo que iba a pasarme un audio con distintos sonidos y que si escuchaba levante la mano. Eso se llama audiometría y sirve para medir cuantas frecuencias y que tan bien las escuchás. Lo mejor fue que no tuve que volver a buscar el estudio porque me lo imprimió en el momento. Me explicó que estaba todo bien y me fui. Un placer ¡recomendada!