La plaza en realidad se llama Lo Lillo, pero todos la conocemos por su escultura de caballo en metal. «Nos juntamos en el caballo», le decía a mi polola de ese momento. Y el caballo estaba rodeado por mucha gente que esperaba a otra gente. Es una de mis favoritas, y la recomiendo enormemente cuando comienza a asomar el otoño: caminar en su inmensidad hablando de cualquier niñería, o acostarse en el pasto, como agazapados en la oscuridad mientras todo ocurre. Este es un lugar que en esa estación del año despierta una variedad de sensaciones sexuales, románticas y melancólicas. Los días sábados y domingos esto se llena. Generalmente se hacen actividades dedicada a los niños, se montan parques de atracciones, juegos, camas saltarinas, Y por la tarde algún grupo de la comuna entrega su buena dosis de rock o hip hop. Todo muy envidiablemente familiar.