Encontrar un sitio abierto un domingo por la mañana en esta ciudad si te sales del centro histórico parece ser una hazaña de la que pocos habrán salido victoriosos. Nosotros nos dimos de bruces con este sitio de puro milagro porque íbamos a Bérgamo y ya pensábamos que en ayunas. Primero lo primero: el sitio es precioso, con un gusto exquisito para la decoración modernilla y, tras ver al personal y el público, debe ser un sitio muy habituado por los hipsters de la zona. Esto es bueno porque suele ser señal de cierta calidad. Ahora bien, el servicio fue nefasto. El local estaba a medio fuego y el chico que atendía tenía pinta de haber salido la noche anterior hasta altas horas, así que se le olvidaban las cosas y había que reclamárselas hasta dos veces porque se centraba en poner cafés y se olvidaba de que no solo de café vive el hombre. Yo había pedido, aparte del brebaje cafeinado, un zumo de naranja natural que hubo que recordarle una vez, y una tortilla de salmón y queso que hubo que recordarle hasta dos veces y que, encima, llegó bastante tostada, pero por no esperar otra media hora no dije nada. No todo es malo: el zumo era recién exprimido y estaba muy rico, la tortilla era enorme y estaba repletísima de salmón y queso, y además venía acompañada de una ensalada bastante abundante. En realidad el único problema era que llevábamos prisa y nos tuvo media hora recordándole que habíamos pedido más cosas. Estoy convencido de que, en cualquier otro momento, todo hubiera podido salir a la perfección.
