Café Ebaki

Sí. No hay duda alguna. Adicto al café; culpable. Cuando no tienes un termo, tres, cuatro cafeteras y toneladas de café, tienes que tener una feria para satisfacer tu adicción. De lo contrario, una afectada temblorina comienza a recorrer tu cuerpo. Un sudor frío, distinto al aire de la muerte que todos, tristemente, hemos conocido, se manifiesta con intensidad: diaforesis aguda; helada. Las piernas y los brazos se convierten en maracas, todo es un festín para los mirones. A trancas y barrancas, te arrimas a un pequeño sitio con un nombre pésimo aunque esa es tu opinión, pues la desesperación te recorre como si fueses una pista maratónica. Ordenas, más bien, pides de favor un express, a la par de un express doble. Por un momento se te puede ver un fulgor en tus ojos; la dosis ha sido administrada. El segundo café es para probarlo; ligeramente quemado, pero eso puede ser por el molido o el barista, nada que ver con el café. Rápido, bueno común y barato. Gracias.

Éste es un pequeño café justo en una de las salidas del metro Ermita, sobre la avenida del mismo nombre. Preparan crepas, sandwiches, baguettes, chapatas; y por supuesto café: el sabor del café me gustó aunque me pareció algo suave, probablemente debido a la manera en que lo prepararon; para una segunda ocasión, en mi caso, habrá que pedirlo cargado. Debo aclarar que últimamente me he iniciado en el disfrute del café express. Pertenecen a un sistema que se denomina «café pendiente», el cual consiste en que todo cliente puede dejar pagado alguno o varios productos para que eventualmente alguien que lo necesite y no tenga para pagar por ellos, pueda consumirlos sin costo. El lugar me parece acogedor, muy limpio y predomina el color de madera oscura; frentes a las mesas unas silla acojinadas como un sillón invitan a quedarse a disfrutar del café, lo cual yo no pude hacer pues llevaba prisa.