Para Armando Luna hay magia en el trabajo que realiza: «Somos la tercera generación de zapateros y también la última, nuestros hijos, ya no quieren hacerse cargo del negocio, ellos quieren estudiar y nosotros no podemos negarles esa oportunidad que nos piden, sin embargo ¿quién se va hacer cargo del negocio? Cuando nosotros estemos viejos, no va a ser siquiera necesario reparar los zapatos. Los costos y los materiales con los que se fabrican cada vez hacen que sean objetos de los que uno fácilmente se deshace. Son zapatos de una fiesta y luego van para la basura. Nuestro padre fundó este sitio en 1964 y a nosotros solo nos queda ver como va desaparecer. Claro que soy pesimista porque, además nosotros tenemos mucha chamba, sobre todo porque hacemos un trabajo de calidad con un ‘chisguete’ amabilidad, pero esto va cambiar. Las cosas siempre cambian y los oficios por la tecnología se acaban.» Mientras sean peras o manzanas, si andas por esta parte de la ciudad, buscas calidad y buen trato; no dudes en buscarlos.