Gordas El Gordo

Conozco las gordas El gordo desde hace, al menos, diez años. Nunca las busqué de día (aunque ahí estuvieron siempre, a toda hora). Pero ya bien entrada la tarde, casi acariciando las horas nocturnas, (era los miércoles, a veces los jueves) llegaba al puesto de El gordo como el hijo pródigo llegó a casa: hambriento y desesperado.
Ver las gorditas en hervor era el preludio para el banquete que me esperaba. Nada muy rebuscado, nada que no se haya visto antes: sólo gorditas de chicharrón. Pero su sazón. ¡Su sazón! Una manera peculiar (y desconocida para mí) de impregnar sabor a estas garnachas era, y es, lo que mantiene el puesto de El gordo en los primeros lugares, en materia de comida, del barrio.
Compactas y crocantes, solía pedirlas con queso. En ocasiones llegué a pensar que las pedía así sólo por el placer estético que me producía ver el queso escurriéndose entre el chicharrón, en las orillas de la gordita. Luego supe que esa idea, además de extravagante, era algo idiota. La realidad es que amo el queso. Cualquier tipo de queso. (Aunque aquí se sobreentiende que me refiero al queso Oaxaca). Pero el queso en las gorditas de El gordo es el detonante de sabor, la excusa perfecta y precisa que uno necesita para enamorarse de ellas.