Descubrí este lugar porque se encuentra a unas cuantas cuadras de mi casa y a mí me urgía ubicar una lavandería que estuviera más cerca de aquella a la que solía ir, y desde la primera vez quedé maravillado con el negocio. Un perro negro enorme te da la bienvenida, aunque, paradójicamente, por lo regular te impide la entrada, y te espanta la confianza de detenerte a dejar tus cosas, sin embargo, la empática dueña del lugar hace que te metas hasta la bodega. Debo confesarlo, yo soy de los que, cuando van a dejar una colcha, edredón o algo por el estilo, tiene que pagar almacenamiento, porque dejo ahí las cosas por meses y meses, y no exagero, hay ocasiones en las que hasta me olvido de qué es lo que llevé y es por eso que amo este sitio. Resulta que justamente mi primera experiencia ahí fue así, regresé por mis cobertores como 3 o 4 meses después de haberlos llevado, e iba yo un poco preocupado porque no tenía presente a ciencia cierta qué es lo que iba a recoger(y es que, además, la señora nunca da notas), pero confiaba en que en cuanto viera mis cosas las reconocería. Afortunadamente, ningún esfuerzo de mi parte fue requerido porque en cuanto llegué, la señora me dijo«ah, ya sé por lo que viene», y así, a ojo de buen cubero, sacó de entre las decenas de cobijas, colchas y demás cosas que tenía ahí, mis dos cobertores. ¡Cómo no regresar a un lugar que me da la confianza de guardar con tanto sigilo y certeza mis pertenencias!