Estos negocios huelen a historia, son los añejos que se niegan a cerrar sus puertas y que se mantienen como una fotografía de la antigua ciudad de México. El servicio es de calidad y habla bien de sus propietarios, gente que lleva años en el ramo y que desde que tengo memoria se han caracterizado por su amabilidad y por regalar sonrisas. Además, una tintorería siempre saca de apuros cuando no hay tiempo para lavar o cuando el vestido de gala debe quedar implacable y bien planchado. Me gusta el lugar porque, a pesar de su fachada, se respiran años de trabajo y experiencias que un negocio de estas características puede contar por todo lo que ha visto a lo largo de su vida.