Merendero Biarritz

Me gusta bastante este lugar, por toda la nostalgia y tradición que emana. La comida es buena, pero después de todo, nada espectacular, ya que se trata de un merendero: caldos de pollo y/​o vísceras, tortas, tacos suaves o dorados con una mezcla excelente de salsa verde y cuasi guacamole (también los hacen de papa, sólo necesitas preguntar), tamales, panque, atole de sabores exóticos y la clásica agua de jamaica.
El local es pequeño, modesto y aún conserva el mobiliario de hace muchos años. La atención es personalizada pero debes de tener paciencia ya que siempre lo encuentras lleno. Las mesas son muy pocas, así que obligatoriamente tendrás que compartir, pero el encanto del lugar esta en eso, en poderte sentir como en casa y disfrutar de tus alimentos en compañía de otros amables comensales.

A mi me parece un sitio épico. Un sitio que vive una noche permanente en la Ciudad de México que era una bengala de néón con cabarets, periodistas de nota roja en guardia, esquinas con anafres de elotes asados, boleros en la radio de un volkswagen que buscaba pasajeros en la Colonia Doctores. Y pienso en una ciudad así siempre que pido un café y una torta de milanesa en el Merendero Biarritz porque es ahí el único sitio donde escucho los boleros con guitarra a cargo de artistas urbanos errantes. Porque también es un sitio donde comes en una mesa con 14 personas. Porque desde la barra se ven parejas o gentes solas que no se distraen con alguna televisión, porque no la hay ni tampoco radio. Es un sitio donde se va el cantante de boleros y llega un trío norteño que canta a todo pulmón porque unos niños queman cuetes en la calle mientras sus padres y abuelos terminan de cenar sus consomés de pollo, flautas de res, atoles y tamales. Aquí en el merendero se contempla con el paladar mientras se come con los ojos, por eso abre cuando es de noche y cierra antes de que comience la más fría madrugada.