Esta genuina bodega de barrio era un lugar absolutamente mítico para mi grupo de colegas del cole. El amplio repertorio de bebidas«espirituosas» que tienen allí(como en cualquier local de estas características, pero El Chateo era el que nos pillaba más cerca del colegio, y su nombre nos resultaba evocador) nos sugería futuras borracheras cuando alcanzásemos la suficiente edad y altura para pillarnos unas litronas o unas botellas de vino sin despertar suspicacias. Vamos, como la típica secuencia fílmica de los adolescentes yanquis intentando pillar la botella de whisky en el drugstore del pueblo, pero en un barrio obrero de Madrid, y con vinazo o birra en lugar de «agua de fuego». Más pobres y más castizos, qué narices… Ya de adulto(por llamar de alguna manera a esa etapa tan tonta de la vida en la que se te cae el pelo y se te multiplican los«marrones») me he tomado algún botellín allí(puedes tomar algo en la bodega o comprar bebidas para casa). El trato es cercano y amistoso, de barrio. Se está a gusto.