Hay lugares que no cambian, ni falta que hace. Este es uno de esos, pase el tiempo que pase desde la última vez que lo visites cuando vuelves todo sigue igual, allí está el mismo hombre pelirrojo tras la barra, inalterable e inalterado, con el que cuesta empezar una conversación pero cuando lo consigues se arranca y da mucho juego. El espacio es minúsculo, tanto que ocupan lo mismo la escalera y la zona de barra. Las paredes están cargadas de recuerdos, pinturas de su amigo Andrés Barajas, una careta de madera de su «sobrina» croata, el retrato de Morente, fotos con artistas flamencos, el panel con el menú al que le faltan la mitad de las letras… Y una tele en la que no para de enseñar flamenco, con un equipo de sonido espectacular que te hace sentir las palmas, los taconeos, el roce del cajón… sin ser yo nada de eso se te pone la carne de gallina. Cuando pides una caña o un vino siempre te sirve una generosa tapa pero no por ello dejéis de pedir sus perdigachos, una tosta de pan con salmorejo y una anchoa encima que de sencillo te quitará el sentido. Auténtico, auténtico, auténtico.
Ana L.
Rating des Ortes: 5 Madrid
No deja de sorprenderme que muy poca gente con la que hablo conozca este sitio. ¡Pero si es lo más! Bajas por unas escalerillas, menos mal que sobria, y te encuentras con un bar que es aún más pequeño que tu habitación. Detrás de la barra un hombre pelirrojo, con cara de pocos amigos, te atiende, no sabes si con gusto o sin él, y te pone un vaso de tubo, porque en este lugar no existen las cañas, y una tapa de salmorejo, cuyo sabor aunque no es desconocido, jamás habías disfrutado tanto. Todo esto se mezcla con el atronador sonido del flamenco, que impide cualquier tipo de charla sosegada. Cuando, después de miles de rondas, consigues comunicarte con tu acompañante y decides marcharte, haces frente al reto de subir las escaleras sin caerte. Si lo consigues, cuando cruzas el umbral de la puerta, caes en la cuenta de que acabas de estar en el bar con más sabor y más alma de todo el barrio de La Latina.