Tenía muchas ganas de ir desde que tras 13 años cerrado y en rehabilitación, lo han reabierto a lo grande, y con una obra clásica entre las clásicas del teatro español del Siglo de Oro. El teatro, a escasos metros de otro teatro emblemático de este arte en Madrid, el Teatro Español, tiene una fachada ya de por sí muy bonita, que no desentona en nada, salvo por la blancura y la iluminación, de las de alrededor. El vestíbulo me parece un acierto, amplio tanto para poder entrar como salir con rapidez. Pero lo deslumbrante es la sala. Un amplio salón de butacas, donde han aprovechado el espacio pero no para poner más asientos, sino para que los asistentes puedan sentarse cómodamente sin chocar las rodillas con la fila delantera. Las butacas, muy cómodas. Desde luego, otros teatros de la capital ya podrían apuntar esto. Y luego, cuatro pisos de palcos en forma de herradura sobre el patio de butacas. Todo bajo un techo que han querido respetar con un fresco rehabilitado y una lámpara que ya sola ilumina todo el teatro. El escenario lo han dejado a la altura ideal; lo suficientemente alto como para poder ser visto por todos, pero no tanto como para los que están en la primera fila tengan que estirar el cuello. No me extraña que un teatro con una decoración neomudéjar que te transporta al Siglo XIX, sea de nuevo el buque insignia de la compañía nacional de teatro clásico, aunque echaré de menos el Teatro Pavón.