Valmeda

Durante un año compartí experiencia vital con mi amiga Catherine y su conejo. Se lo vendieron en una tienda de mascotas como conejo enano, pero el cabrón creció y adoptó el tamaño de un cerdo ibérico. Roía los muebles como un castor y ensuciaba la casa como un cerdo. Llegué a odiarlo.
Se me enterneció algo el corazón cuando observé como enfermaba progresivamente. Primero la boca, luego los ojos, más tarde el estómago.
Para aliviar su dolor mi amiga lo llevaba a esta clínica veterinaria. Me dijo que eran muy amables y que lo habían cuidado muy bien. Al final el conejo la diñó.
Al margen de este momento que os habrá hecho brotar líquido salado por los lagrimales, os adjunto información objetiva de la clínica: 15 años en Lavapiés, consultas a domicilio, vacunas, analíticas, peluquería, baño y cirugía.
RIP, Petit Lapin.

El último susto del perro. En una semana, se comió un juguete de goma blanda en el parque, y luego unas pastillas mías (antiinflamatorios, digo yo que para desinflamarse lo del juguete…).
Vamos, que vomitando, llévale a un sitio, paga, a otro, paga de nuevo. En esta clínica, le tuve que dejar ingresado con suero porque de tanto vomitar se estaba deshidratando. Marta, la veterinaria, le trató muy bien. Y a mi también, que estaba de los nervios. Me explicó todo muy claro y se coordinó sin ningún problema con sus vetes habituales.
Tuve que llevarle a hacer una ecografía. Vino un chico, con su maletín, muy guapo, por cierto. Se la hicieron, y me explicó que lo misom le teníamos que operar, si no lo vomitaba. Le provocaron el vómito, y ya está mucho mejor. Con el estómago regulero, pero ya no vomita.
¡Ains! Tener un perro es como tener un hijo, pero sin Seguridad Social, y sin entendernos mucho.