Es un bar muy pequeño con una terraza enorme y la camarera que más trabaja que he conocido en mi vida; esta pobre chica monta y desmonta mesas a la velocidad del rayo, atiende y cobra como el viento, y aún le queda tiempo para enarbolar una sonrisa a los clientes a pesar de que había alguno en las mesas contiguas que era para darle un puñetazo muy fuerte y con mucha ira. El menú está muy bien de precio, así que me vi obligado a pedirme un fabada por segundo día consecutivo, no fuera que no reventara, y unos escalopines al cabrales con patatas fritas; ahora ya estoy llorando porque he vuelto con muchos kilos de más, pero estaba todo muy rico, de hecho estaba demasiado bien como para ser un menú salido de un bar pequeño y tan barato. No sé si hay trampa o cartón, pero quedé encantado con este sitio.