Gautama

Compré un vale de descuento por internet para tomarme dos batidos y un brownie, y como nunca había ido antes, y el precio era lo mejor, me lancé a comprarlo.
Fuimos mi pareja y yo. Estuvimos un rato buscándolo porque está un poquito escondido, pero al final lo encontramos. Entramos y lo que vimos no nos gustó demasiado.
Era una sala grande, con sillones alrededor, como si fueran a hacer un espectáculo en el centro de la sala. Había un par de personas tiradas en los sofás ocupando todo el espacio, que aparentemente no se conocían de nada. Y digo aparentemente, porque justo cuando entramos, nos sentamos y todos nos miraron con cara de: ¿tu quien eres y qué haces qui? Me sentí como si estuviera entrando en el territorio de mi enemigo! jajaja
Justo después de sentarnos, vimos que todos hablaban con todos, incluso con la camarera y con otro hombre que había detrás de la barra, con mucha confianza, pero no asociaba que estuvieran sentados tan distanciados unos de otros.
Nos atendió una mujer muy simpática, le dijimos que veníamos por la promoción y nos explicó los tipos de batidos que había y también nos indicó que no había brownies, que iba a ponernos un gofre en su lugar (que pena, soy una adicta a los brownies) Después se fue y nos siguió atendiendo un hombre, que por lo que intuyo, podía ser el dueño perfectamente.
Los batidos estaban muy ricos, uno era de galletas y otro con vainilla y canela, y el gofre… bueno, era un gofre calentado en el microondas, la gran decepción.
Aun así, el ambiente no nos estaba gustando ni un pelo, todo muy raro. Así que nos bebimos los batidos, nos comimos el gofre, todo muy rápido, y nos fuimos pitando de allí!
En otro momento del día no se, pero a mí no me gustó nada ese miércoles a las 5 de la tarde de un mes de julio…

-«Quilla», ¿qué hacemos?
–Yo que sé, Maca. Di tú algo, que siempre decido yo… –sé que María está exagerando porque no hay una persona menos propensa a proponer planes que ella.
–Venga, vamos a la tetería de ahí al lado –digo, por decir, porque es domingo por la tarde y tampoco quiero llegar a casa muy temprano.
Andamos calle arriba. En cuarenta y seis segundos, estamos en la puerta.
–Mierda, Maca, esto ya no es una tetería.
–Bueno, pero tiene pinta de ser rollo feng shui –protesto, cabreada. Encima de que improviso un plan, la tía me pone pegas…
El interior está guay. Tiene una decoración oriental, tal vez demasiado vista, y la luz es muy oscura, tal vez demasiado oscura. Tampoco voy a ser yo quien lo confiese, no pienso darle el placer de admitir que podría haber pensado algo mejor.
Nos sentamos, en silencio. No demasiado convencidas. Pero yo sonrío, que no se me note que no lo estoy.
Pedimos ambas un té y hablamos de esto y aquello. Que si el Buda de la pared, que si no te veo, que si es un local maravilloso para adolescentes que quieran meterse mano… Nos traen la bebida y, para ser domingo por la tarde, la verdad es que un té viene perfecto.
Y está bueno.
–Está bueno, ¿eh? –le digo, para recochinearme de mi triunfo y que tenga que comerse sus pegas.
–Sí, y el local es bonito…
–Es que siempre elijo los mejores planes
Inmediatamente, entra un tío guapetón, de ojos verdes, y piel morena. Se acerca, le sonríe a María, comienzan a hablar y a mí me abandona por completo. Quedamos yo y mi té.
En fin, para eso estamos las amigas, para acompañar a las otras los domingos y hacerles un plan hasta que tú dejes de formar parte del plan que eligen ellas.