Si unimos que me encantan los objetos con mucho colorido con que adoro las tartas de cumpleaños de chuches y las esponjitas, ¿qué más me podría gustar? ¡las tiendas donde tienen chuches a granel! No paso mucho por la Plaza de la Encarnación, primero porque me parece que la han dejado horrible y segundo porque ya no llega el transporte público. Pero la última vez que estuve me llevé una grata sorpresa, ¡Gominolas! Seguramente llevará allí mucho tiempo, no lo sé porque soy bastante despistada, lo mismo me pasó con las Setas. El caso es que ha sido un gran descubrimiento de cara a mi futura boda, porque necesitaba cantidades industriales de caramelos con determinada forma y colores. Bueno, pues aquí los he conseguido encontrar. Y no es que no hubiera buscado antes, me recorrí internet entero buscando exactamente lo que quería y solo lo encontré en alguna tienda británica a precio de oro. En Gominolas no es que me vaya a salir regalado pero después de lo visto por internet me parece un precio más que razonable. Así que a todo el que tenga una celebración en la que necesite que las chuches sean protagonistas, le recomiendo que se acerque.
Mariela G.
Rating des Ortes: 4 Sevilla
Probablemente, la tienda con más «metamorfosis» de toda la Encarnación. Primero fue una tienda de zapatos. Después, de marcos de cuadros. Y más tarde se convirtió en esto, una tienda de chucherías y disfraces. No se puede decir que no ha conocido terrenos diferentes, desde luego… No hay más que pasar junto a gominolas para que te inunde el buen rollo, con esos dibujos coloridos, ese niño disfrazado de caracol(espero no despertar los instintos antropófagos de nadie con esto), y sobre todo ese olorcillo que llega del interior, si pasas lo suficientemente cerca, que te invita a entrar y… por qué no, llevarte algo para amenizar el paseo. Se trata de una tienda muy completa, de las de siempre, donde puedes llevarte todo lo que quieras en bolsas de plástico, sin tener que ceñirte a lo que venga ya predeterminado, como sucede en las grandes superficies. Y me alegro de ver que, al contrario que sus predecesoras, está resistiendo bastante bien en la zona. Sin duda, por muchos años que pasen y mucho que cambien las generaciones, si algo no dejarán jamás de hacer los niños es comprar chuches…
Laura S.
Rating des Ortes: 4 Sevilla
Cuando era pequeña una de las cosas que más me gustaba del mundo eran las chucherías. Cinco duros que caían en mi bolsillo, cinco duros con los que corría a comprarme tiburones de cocacola, huevos fritos, lenguas picantes, dentaduras, chicles Boomer, de fresa porfavor, moritas negras y rojas, Peta Zetas, gusanitos, y lo que hubiera en la tienda de turno. Teníà la certeza de que podía comer todas las chucherías del mundo sin hartarme jamás y de que nunca podría negarme a un buen puñado de esponjitas. Cuando se acercaba mi cumpleaños o el de mi hermano hacíamos unas piñatas que llenábamos de todo tipo de golosinas, el día de antes soñábamos con revolcarnos por el suelo entre miles de fresitas. Al llegar las Navidades sabíamos que habría chuches con los regalos, y la sola imagen de una manzanita verde nos hacía suspirar por la noche de Reyes. Esta pasión desmedida por las chucherías, que yo creía eterna desde mi más temprano entendimiento del mundo, sobrevivió durante mucho tiempo al envite de los años que llaman proceso de maduración. Pero hubo un punto de inflexión, en el que ya nada pude hacer para frenar la madurez, y lo comprendí el día en que paseando por la calle Pagés del Corro, yendo hacia casa de una amiga, me frené a comprarle chicles en un kiosko. Había vitrinas con chucherías, tenía dinero para comprarlas todas y no reparé en ellas. Ya no salivaba por las esponjitas, y temí que lo próximo fuera hablar de corbatas y bridge. Afortunadamente, pasé por Gominolas. Iba con unos amigos para la Encarnación a tomarnos algo, y la tienda estaba abierta. La hija de unos amigos, con ese radar que tiene los niños, se adelantó hasta el escaparate. La seguí. Estaba pegada al cristal mirando las tartas, pensando seguramente que podría comerse todas las chucherías del mundo sin hartarse jamás. Entramos y nos compramos una bolsita de gominolas. Ya el ritual de la compra de chucherías no tenía sobre mi el mismo efecto, pero por un momento volví a salivar com antaño.