La primera vez que entré en La Espiga era un 24 de Diciembre al mediodía. Mi chico no trabajaba por la tarde pero yo si y cenábamos cada uno con sus padres, así que era el único momento en que estaríamos juntos un día tan señalado. Apenas había sitios abiertos a los que acudir en Sevilla Este pero La Espiga no cerraba la cocina hasta una hora después. Recuerdo esa primera impresión como muy entrañable, el camarero nos dio la carta con una gran sonrisa, parecía impregnado del espíritu navideño. Yo le iba pidiendo tapas y el me iba diciendo que esa no la tenían por el día y la hora que era ya sin perder ni un momento la sonrisa. Entonces cerré la carta y le dije que me pusiera lo que tuvieran, que así sería más corto. Después hemos vuelto a ir, sobretodo en verano. La terraza es deliciosa porque, además, tiene zona de más sol y otra de más sombra a dos alturas diferentes. Además tiene un ambiente muy familiar, muchas parejas jóvenes con niños y familias con varias generaciones. Entrañable. Todas y cada una de las veces que he ido desde la primera han tenido todas las tapas de la carta, por si os quedaba duda. Y los camareros estaban igual de sonrientes, no me preguntes por qué. Incluso un día fuimos en plan familia y alguien con las cervecitas empezó a hacerles bromas incómodas, pero los camareros se lo tomaban con guasa y se las devolvían. ¡Geniales! Es imposible que nadie que vaya allí se sienta mal atendido. Lo que no he contado es cómo están las tapas, increíbles. Sobretodo las calientes, las frías me dejaron como su propio nombre y si tuviera que destacar algo seríà la presa ibérica y las croquetas, es lo que más me gustó. Como de precio esta muy muy bien lo recomiendo para pasar un día en familia y que los niños puedan jugar en la amplia avenida peatonal donde está ubicado.