Mi marido es un tipo bueno, sencillo, natural y que pasa de las apariencias… De no ser así no me hubiera llevado a este sitio en una de nuestras primeras citas. Boquiabierta me quedé yo cuando vi que nos dirigíamos a la calle Juan de Pineda, ¡ay mare!, con lo guapa que yo me había puesto, ¿no me llevará al burguer ese cutre? Pues no, algo peor… A una tasca… Pero tasca tasca… Azulejos en la pared, suelo antiguo de terraza, mini saloncito con decoración «¿kitsch?»(un par de matrículas colgadas en la pared, ruedas de coches, láminas de toreros…), «pero… ¿qué clase de broma es esta?». Aguanté el tipo… Y de pronto, cuando estoy aún tratando de habituarme al lugar, llega ese hombre y empieza a llenar la mesa con platos de mariscos con una pinta espectacular. ¡Ojos a cuadro! Empezamos a degustar y todo estaba de miedo… ¡Menuda sorpresa! Mayor aún fue cuando nos dice el precio y no sobrepasamos los 20 € por cabeza, ¿pero si nos habíamos hartado de moluscos de gran calidad? Volvimos más veces, ya pidiéndolo yo, y entonces descubrí que esto del precio no es una tarifa fija, sino que es según le da al buen hombre… Hay veces que comes menos y pagas más y viceversa. ¡Las cosas de mi Triana! No obstante, si te gusta el marisco, merece la pena acercarte, dicen por ahí que cuanto más pidas mejor te sale la jugada, yo por si acaso siempre soy prudente, que no me quiero quedar fregando… Lo mejor es que, señores, las apariencias engañan y… la naturalidad triunfa. ¡Un brindis, por la más difícil de las poses!