Tatiana

Cuando tengo antojos de chucherías y porquerías… mi salvadora es Tatiana!
Tiene una gran variedad de chucherías, refrescos, paquetes de patatas, pipas, helados… es el palacio de la alimentación no sana!
Es muy pequeña, y está todo muy comprimido, pero es muy completa. Y es muy extraño verla cerrada… siempre está abierta!
Lo único que no me gusta es que el chino encargado es un poco antipático y serio, y bastante desconfiado.
Ah! y otra cosa que odio: tienen unas bandejas en donde tu vas colocando las chuches que vas cogiendo para comprarlas… ¡Están siempre sucias del uso! ¡Ya podrían limpiarlas!
Y otra cosa curiosa… es rara la vez que yo entre en esta tienda y el encargado no esté hablando por teléfono!

Les quiero proponer un juego. Algo para ejercitar la imaginación. Imagínense que van caminando por la calle. Han andado muchísimo y van con un cabreo monumental porque no han encontrado lo que iban buscando. Les duelen los pies y tienen sed. Tienen mucha sed. De pronto, ven la luz. Sus plegarias han sido escuchadas. Ante ustedes se alza una tienda que se llama «Alimentación Tatiana — Chucherías». ¿Qué imaginan que hay dentro?
No sé si sería fruto del cansancio, de la sed que gastaba, o de la frustración que tenía encima, pero me imaginaba una tienda luminosa, posiblemente pintada en colores vivos, con estanterías en los laterales en los que habría productos variados de alimentación, y en uno de los laterales muchísimas chucherías. En una de las esquinas habría una nevera, con bebidas heladas. Tras el mostrador debería haber una señora de edad indeterminada, rellenita, con aspecto de persona agradable, y una sonrisa en los labios.
Cuando entré, ensimismado en mi mundo de ilusión, se me vino el mundo abajo. El lugar es de todo menos luminoso. Bien podría ser un almacén clandestino, como el de la película Los Mercenarios. Las estanterías estaban por todas partes, como en un todo a cien, y ahí se amontonaban toda clase de productos. En lo que sí que acerté fue en lo de la nevera. Pero mi mayor sorpresa fue al descubrir a Tatiana. En lugar de una señora de aspecto agradable, con su sonrisa dibujada en los labios, se trataba de un señor oriental, que tan sólo separó la vista del libro que estaba leyendo, sentado en un taburete, para asegurarse que no intentaba robar nada. Ni siquiera para cobrarme se levantó del taburete.
Salí de allí desilusionado, y con la clara intención de no volver a dejarme engañar por las ganas de trincar una lata fresquita. Y por supuesto, de no volver a pisar aquel sitio. Así me esté muriendo de sed.