Parque Calle Albacete

Ideal para niños, se lo pasa fenonemal en el parque, y además hay una ludoteca en una esquina. Totalmente peatonal.
Tienes tu peluquería de siempre en la Calle Beato Gálvez, 5. Ahora se llama NGPeluqueros. Tu nueva peluquería en el sitio de siempre. Tu peluquería de siempre, ahora es totalmente nueva.

A pesar de la última remodelación, sigue siendo: ¡el parque de la vaca!
Ese es el nombre por el que se conoce en el barrio a este parque. ¿Y por qué? Muy sencillo, por su vaca. No una vaca de verdad, no, una de juguete. Pero no siempre ha habido una vaca pastando en el parque.
Este parque se caracteriza por tener dos zonas. Antes de utilizar el parque con mis hijos, una de las dos zonas era cerrada y utilizada como campo de baloncesto. Ciertos grupos de humanoides, decidieron hacerse los amos y señores del campo y cobrar por su utilización. Afortunadamente, el Ayuntamiento se hizo cargo y eliminó la zona acotada, dejándola abierta a todo el mundo, y con suelo de tierra. La casita de madera que había en el otro lado, servía como casa de huéspedes nocturnos y, sufrió algún que otro incendio. En esa época, no era un parque muy agradable que digamos.
Cuando mi hija era pequeña, el parque seguía siendo el parque tradicional de tierra y arena, en el que podías llevar un cubo, una pala, un rastrillo y demás artilugios caseros para que tu peque se entretuviera mientras se rebozaba en el polvo del parque. Imposible acercarse si había llovido, por razones obvias.
Cuando nació mi hijo, el parque ya había sido remodelado en su totalidad. El suelo pasó a ser acolchado, para evitar coscorrones dolorosos, la casita de madera fue sustituida por otra menos adecuada como pensión, pero más divertida. Y es entonces cuando aparece ella: ¡la vaca! Una vaca de madera, para hacer las delicias de niños y no tan niños. Como buen animal cornudo, debió empitonar a algún habitante salvajillo y perdió en esa guerra uno de sus cuernos. Con el paso de los años y la lluvia, perdió lustre y color.
Y entonces llega la siguiente remodelación. La que parecía ser las obras de un palacio, que van despacio, porque se empezaron en abril y se finalizaron a finales de julio, cuando ya se daba por perdido el parque. Pero debo reconocer que, quién quiera que haya diseñado el parque, ha sabido mantener su encanto y nos ha mantenido la vaca. Una grande, con tobogán y tubo para deslizarse cual pequeño bomber@ pero esta vez en el centro, como elemento principal. Nuevo acolchado, nuevos juegos, nueva lavada de cara. Y es que de octubre a mayo, sea la tarde que sea, a partir de las 5 más o menos, o fines de semana, el parque se llena de pequeños moradores con sus gritos y risas. ¡Larga vida a la vaca!

Me encanta ese parque .mi nena también lo llama parque de la vaca. Es un parque no muy grande, pero ideal porque es semiabierto y tienes controlados alos nanos en todo momento. creo q es de los mejor conservados de la zona de jesús.

«El parque de la vaca» es asi que lo llaman mis hijas y sus amigos.
Es pequeño hay muchos niños pero todo el mundo se conoce y es un ambiente muy familiar.

De pequeña me refería a este sitio como «el parque del cocodrilo», porque ése era mi columpio favorito de allí. Más adelante sustituyeron los columpios viejos y peligrosos por uno de esos parques prefabricados que ya no dan pie ni a reventarte los chándals a base de tortazos, porque los suelos ya no se hacen de gravilla sino de moqueta. Este cambio generacional ha provocado desastres empresariales como el hundimiento del sector de los parches rodilleros. Qué poca humanidad.
Pues bien, en este parque pusieron unos columpios de lo más extraños, de madera. Algunos tan raros como una vaca o un castor enorme en el suelo, del cual a día de hoy sigo intentando desencriptar su función lúdica.
Hace algunos años, con la aparición espontánea de bandas callejeras de importación, se llegó a un punto de ocupación del parque a depende qué horas. Hubo ahí un piqué extraño, porque un día de repente los vándalos de gorra de medio lao y símbolo del dólar al cuello decidieron que el parque era suyo y para entrar había que pagar. Ya se sabe, esta gente gusta de hacer rituales non-​sense para todo. En medio de aquel rifi-​rafe de querer hacer propio algo que está en medio de la calle, a los maleantes se les cruzó algo más que los dedos en las poses de las fotos y pegaron fuego al parque. Sí, en este barrio las cosas se solucionan así. O fo***mos todos, o la p**a al río, que se suele decir.
Al menos, después de eso, no se sabe si porque pasaron las modas o porque se dieron por satisfechos, estos tipos desaparecieron del lugar y el parque pudo volverse a restaurar. Actualmente vuelve a tener columpios y cabañita nuevos, esta vez ya de esos de plastiquete de colores, además de una parte que sigue siendo cancha-​campo de fútbol.

Le tengo mucho cariño a este parque porque allí fui durante unos10 años de mi vida, todas las tardes después del colegio. Y eso es mucho tiempo.
He visto cómo ha cambiado en varias ocasiones ya, desde que tenía esa caseta de madera, con barras para ir pasando con las manos, columpios y una zona de grava donde solíamos jugar a fútbol o a béisbol (sí, por qué no? un día apareció un hombre que decía saber jugar y que nos enseñaba, vino durante un par de semanas y ya nunca más apareció, espero que fuera porque éramos tremendamente malos, o porque murió), hasta ahora, que tiene un campo de baloncesto/​fútbol molón, y el suelo es de ese que ponen ahora para que los niños no se hagan daño. Mariquitas.
He vivido cómo las bandas se intentaban hacer con el control del parque, cómo traficaban con drogas a horas inusitadas, como las 5 de la tarde, cómo se pegaban con otra banda por el control, cómo hacían pagar a los niños para que pudieran jugar al fútbol, y cómo al final, un día, de repente, desaparecieron.
He pasado horas y horas en la caseta de cemento que había en medio del parque, que usábamos como torre del castillo, de la que nos tenían que salvar nuestros príncipes. Esa que de repente un día también desapareció.
He comido la tierra del suelo de gravilla que había, he hecho pasteles de tierra y se los he dado a comer a mis amigos. Nos hemos caído en esa gravilla, haciéndonos heridas que nos hicieron llorar cuando nuestras madres luego las limpiaban con jabón de lagarto, a ras, con un cepillo de dientes en la boca para no gritar de dolor.
Ahora paso por el parque y veo a muchos niños jugando con sus psp en los bancos, a otros niños que no saben que debajo de lo que están pisando hay tierra, y madres que se tiran de los pelos si sus niños se caen al suelo.
En fin, los tiempos cambian, los parques cambian, pero para mí siempre será mi parque.

Alguien que me quiere mucho siempre me dice que todas las cosas de la vida tienen dos caras, ventajas e inconvenientes… ahora que vivo en un pueblo no puedo evitar dejar de pensar en ello cuando paso a media tarde por el parquecillo de la calle Albacete, el que está justo enfrente del colegio. En primavera sobre todo, cuando te faltan doscientos metros para llegar ya oyes la algarabía de todos los niños jugando, las madres charlando, los pájaros a todo trinar… en fin, un escándalo primaveral en todo su ruidoso esplendor. La desventaja en este caso es que cada columpio está habitado, al menos, por 10 niños a la vez, cada banco por cinco madres y cada árbol por al menos 100 estorninos, y claro, puede ser un problema (yo he llegado antes, no me empujes que me caigo, Jose me ha tirado, Marina no me deja subir … Y las madres «no te pelees», «deja a tu hermana», etc, etc, etc), en fin, yo paso por allí hasta mi coche y conduzco 18 minutos hasta mi pueblo… donde encuentro al menos 10 parques para menos de 9.000 habitantes, para todos los gustos y edades (con más árboles — con columpios de madera — con zonas para perros– …) también con algarabía, pero ningún agobio en ningún sitio, y entonces pienso que en el parque de la calle Albacete no tienen espacio, pero tienen un montón de cosas que yo no voy a encontrar en mi pueblo, como los cines, los teatros, todas las instituciones públicas, muchas zonas de diversión… y me acuerdo de nuevo de esa persona que me quiere mucho…